jueves, 29 de octubre de 2009

"Transfusión" - Moira Pérez (artista invitada)


Transfusión

Las paredes son brillosas, y una luz poco acogedora se refleja en ellas y en ese piso como de goma. El pasillo es largo, pero finalmente empujás una puerta y llegás. Sentate, aunque el asiento esté frío y sea demasiado grande para tu cuerpo, que siempre nos pareció tan pequeño.

Tu piel se perfora y el pinchazo te sobresalta un poco. La jeringa entra en tu brazo, la sangre empieza a subir. Observo: en esa sangre sale todo

(sale tu humor extraño, tus desvelos de domingo, tu escucha atenta, tu oreja izquierda, tu oreja derecha que es un poco más grande, tus argumentos insostenibles, tu gusto por el ron, tu suéter de rayas, tus gemidos, tu olor, tu sartén a la que invariablemente se pega todo: tus rulos, tu anécdota… esa que nunca terminás de contar, tus indirectas, tu bicicleta, esavezquemedijistequemequerías).

Miro tu sangre subir, y veo cómo salen todas esas cosas, una después de la otra

(y siguen pasando: tus libros, tus plantas, tu letra extraña, tus canciones favoritas, las letras extrañas de tus canciones favoritas, tus proyectos, tu pinza de depilar, tu llanto).

Te saco sangre, y me pregunto qué será de todo lo que sale con ella, cuando la reciban cuerpos ajenos.

Texto y fotografía: Moira Pérez. (Artista invitada)

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viernes, 16 de octubre de 2009

"Misteriosa" - Mirta Cataldi


Misteriosa

Hace tiempo que cada noche salgo como un autómata a pasear a mi perro, él riega el árbol de la esquina mientras yo aprovecho a fumar el cigarrillo que tengo prohibido.
Es como un ritual. Las noches de verano me acompañan, veo desfilar a los que van y vienen. A los que levantan la basura y a los que esperan a alguien que no llega.
El viernes, de golpe se me cruzó, la seguí con la mirada. Su andar tenía cadencia. La vi doblar la esquina y desapareció.
Le pregunté a mis vecinos si alguno ya la había descubierto, nadie tenía noticias; evidentemente era sólo a mí a quien le atraía su presencia.
La noche del sábado siempre es más bulliciosa, decidí a salir a la misma hora, tenía que encontrarla, pero no tuve suerte, no había rastros de ella.
Mi empecinamiento se había convertido en una tendencia obsesiva: encontrarla.
Hasta que esa noche la vi. Traté de que no reparara en mí.
Dejé que tomara cierta distancia y fui detrás de ella, en algún lugar debía entrar.
Su color negro azabache la hacía más bella y atractiva. Se encontró con otra y caminaron juntas, mi perro, que nunca ladraba, esa noche estaba descontrolado y logró hacer tanto escándalo que les perdí el rastro.
Llegué hasta la esquina, apenas dí la vuelta la primer casa tenía la puerta entreabierta y dejaba ver un largo pasillo. Me asomé, la habitación estaba a oscuras, no había señales de gente que hablara. Un perfume suave y dulzón atravesó el umbral. La intriga me superó, decidí llevar el perro a casa y volví. Puse en el bolsillo una linterna, algo me ayudaría.
Me senté en el escalón de la entrada, la noche estaba avanzada. No circulaban muchos autos y casi nadie por la vereda.
Esperé que llegara el silencio bien profundo. Entonces entraron al lugar; no iban solas, capaces y hábiles de abrirse camino. Me di cuenta que sus vidas transcurren en lo profundo, en complejos laberintos cerrados, y son esclavas expuestas a servir a otros.
Tienen control sobre el tiempo que utilizan para encontrar el sustento y volver al hueco, a lo oculto y húmedo, a recibir órdenes, a compartir amantes.
Me parecieron aún más bellas. Las iluminé con la linterna, mientras las veía sumergirse a esa ciudad viviente que es un hormiguero.

Autora: Mirta Cataldi. Centro Cultural Belgrano R.
Fotografía: Fabián San Miguel.

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viernes, 2 de octubre de 2009

"Pasadas las 4 p.m." - Jorge Vázquez (artista invitado)

Pasadas las 4 p.m.

Perros al sol junto a un neumático de camión, una canilla gotea, ramas colgando, mucho más cielo. Destello en el encendedor, papel plata al viento, chica de vestido verde en bicicleta, moscas zumbando en el playón. Un Oldsmobile del 71 rasga la calma de la tarde a toda velocidad, los perros viejos le ladran sin moverse del lugar y son esos infames ladridos los que me devuelven aquí, de cara a trescientos kilómetros de desierto que a lo largo de los años quemaron mi vista privándome de la contemplación del mar. Miro el cartel de prohibido fumar y aguanto la respiración como si estuviera bajo el agua pero no hay agua, es cuando siento que el tiempo languidece escurriéndose como arena entre los dedos.
Lejos de aquí, en el pasado donde aún habita el pibito que ya no soy, vive el grato recuerdo de aquel día cuando el viejo me llevó a conocer el mar. La inmensidad del océano llenó mis ojos y por un momento el pecho se me estrujó y me sentí más pequeño de lo que era. Nunca voy a olvidar la majestuosa visión de los acantilados abrazando a la bahía, la quietud de sus aguas donde reposaban lanchas y veleros anclados no muy lejos de la orilla y el gustito salado del mar, y si bien después de ese día mi viejo me llevó varias veces más, escogí a aquella primera imagen como una perpetua compañía. Sentado aquí entre los surtidores de nafta admiro las líneas del Pequod encallado en el cemento y recortando su silueta contra el ardiente horizonte, mi nave, y lo vislumbro surcando el mar mientras se calcina bajo el fortísimo sol, ahí frente a mi, inmóvil y con el casco a medio calafatear, varado a un costado del playón de la estación de servicio.
Algún día el Pequod ganará los mares y surcará sus aguas con las velas henchidas de viento, mientras tanto saco fotos de este desierto para que la distancia no me haga olvidar de donde partí. Con el paso del tiempo acumulé tantas imágenes que al fin se apoderaron de las paredes de la oficina, durante meses clavé con chinches esas fotografías en los muros para darle forma a una panorámica de este desierto que se abre frente a mi y entre una foto y otra me deja ver al mar adentrándose en el continente, devorándose las tierras en una gran inundación que llega hasta mis pies. Lejos del alero del edificio que podría protegerme de este sol que incendia los pensamientos le di una última pitada al porro imaginando el día en que me reencuentre con el mar. Pasadas las 4 p.m.
Autor: Jorge Vázquez - (artista invitado).

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