domingo, 27 de septiembre de 2009

Microcuentos II - Daniel C. Montoya


Microcuentos II

De par en par

Las puertas de la casona estaban abiertas, rotas. En la madrugada, sobre el viejo adoquinado de Villa Urquiza, el camión militar cargado de muebles y electrodomésticos se alejaba detrás de un Falcon con las luces apagadas. El lento ronronear de los motores apenas fisuraba el silencio obligado.
–¡No te metas! –susurraron tras unas cortinas que apenas escondían las siluetas en la oscuridad interior–. ¡Por algo habrá sido!... –remataron–. Algo habrán hecho –se masculló en la casa vecina. Las otras ventanas guardaron silencio expectante.
El operativo relámpago había sido eficaz. Nadie escapó. Las puertas de la casona quedaron de par en par. Nunca más se supo de ellos. Sólo pasaron a engrosar la lista los que no están.


Comisión

Las condiciones del préstamo acordadas cumplen lo exigido por el holding de bancos privados avalados por el FMI y el Banco Mundial –dijo–. Sobre la base que ustedes, señor Presidente, siempre se encuadraron en las pautas preestablecida por el organismo. Esto fue decisivo para que se aprobara tan rápido. La deuda externa de su país –siguió explicando el alto funcionario al barajar los papeles ha firmar–, se cuadriplicará en dos años. Con sus enormes recursos naturales, en su momento se verán las modalidades de cancelación total; mientras tanto, las privatizaciones de las empresas del Estado y la liberalización de la economía nacional ayudarán en la cancelación de los intereses acumulados. El único inconveniente en lo mediato en el profundo ajuste socioeconómico que deberán implementar. Pero confiamos en que su gobierno sabrá preservas las condiciones para evitar desbordes o indisciplinas graves. Una misión del Fondo viajará a Buenos Aires cada tres meses como controladora de las pautas; igual no se preocupe –moderó conciliador–, sabemos que usted cumplirá; es sólo a los efectos burocráticos y fiscalizadores y para guardar la imagen de imposición de la entidad.
–El tema de la comisión, ¿se menciona en esos papeles? –preguntó el Presidente, algo inquieto, girando el enfoque de la discusión sobre el acuerdo.
–¡No, de ninguna manera! –respondió seguro el funcionario–. Su comisión y la de sus ministros serán depositadas en cuentas secretas, con claves personal que sólo ustedes conocerán, acreditadas a varias empresas fantasmas con depósitos en bancos de las Islas Caimán –concluyó.


No era

–¿Es? –inquirió el sargento en medio de la noche cerrada a la vera del camino de tierra.
–¡No! –respondió el cabo sorprendido al dar vuelta el cuerpo baleado–. A este pibe lo conozco, vive a unas cuadras; siempre viene a esta hora de estudiar. ¿Y ahora qué hacemos? –preguntó, ya presa de un temor creciente.
–Debajo del asiento del patrullero tengo un arma trucha… se resistió a la voz de alto… y chau –fue la respuesta.


Agotado

De última, el petróleo árabe se agotó. Y con él, el antagonismo de intereses económicos sobrepuesto a los culturales. Fue el fin del choque de las civilizaciones. Occidente, como era de esperarse, recurrió al autoabastecimiento energético con el desarrollo de nuevas tecnologías en combustibles, que terminaron siendo no contaminantes. Esto mejoró la calidad medioambiental del planeta. Y los países de Oriente Medio, que siempre fueron pobres pero orgullosos, por fin fueron libres en su infortunio.

Autor: Daniel C. Montoya. Centro Cultural Aníbal Troilo.
Fotografía: Fabián San Miguel.

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domingo, 6 de septiembre de 2009

"Músico en subte" - Leonor Luciani

Músico en subte

Como un prolijo pescador, se instala temprano al borde de la profunda pecera dorada.
Pone la silla, al lado su bolso, se acomoda el sombrero, un trapo sobre sus rodillas, luego el fuelle y suavemente empieza a tender sus redes de sonido, mirando sin mirar, ensimismado por lo que empieza a producir entre sus piernas.
De acuerdo a la hora, pasan cardúmenes virulentos, que casi lo atropellan, uniformados, rígidos, con el segundero pegándoles en los talones, arrojados con fuerza hacia delante.
Atrás, rezagadas, todavía con las miasmas pelaginosas del sueño surcándoles las caras, bogas oscuras arrastradas por la corriente.
La red trepa la escalera con esmero, sorteando papelitos, tratando de pescar a los multicolores de agua dulce, que se nutren a toda hora de ilusiones y que sin transición, saltan de las profundidades a la más hermosa de las islas flotantes; sintiéndose invadidos por la queja melancólica de esa música, quedan como hipnotizados, sin avanzar ni retroceder, hasta que de pronto despiertan del hechizo, vibran y con sonrisa culpable dejan una moneda y siguen por la vida, englobados por corrientes imprevisibles.
Hay horas de quietud, él deja correr sus pensamientos sobre la bruñida superficie: su hijo, la cuenta de luz a pagar, los años, tantas cosas... la vista fija en el rectángulo celeste cielo que se le ofrece, utopía de sueños suspendidos.
De pronto aparece, dorada en su andar, la larga cabellera amontonada sobre un hombro y lo mira. Él también la mira, sopesa sus curvas y, sutilmente, la sombra de su pañuelo al cuello se estira hasta envolverla; la sirena parece esperarlo, plantada tras la reverberación de sus ojos.
Deseándole las manos, que pulsan con precisión los botones, se ondula para él, se revuelca en los compases, se abraza a una línea roja creando disonancias extrañas, quitándole el aliento, y en un corte abrupto se le acerca tanto que siente las burbujas que salen de su boca palpitante.
Al querer retenerla y hacerla suya, ella se deshace como espuma fresca entre sus dedos, flotando intangible en su vasta soledad de artista.
Leonor Luciani. Centro Cultural Belgrano R.

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