jueves, 30 de abril de 2009

Microcuentos - Daniel C. Montoya

Se rompió

¡Rompimos el preservativo! –dijo asombrado al verlo colgar de su pene semi erecto, aun húmedo.
¿Cómo que lo rompimos? ¡Vos lo rompiste, que te movías como loco! Te dije, ¡despacio, me vas a lastimar, y mirá lo que hiciste! –Le retrucó enfadada su novia–. Bueno… al menos por mis fechas, no voy a quedar embarazada –razonó consolándose.
Lo importante es que no te contagies, pensó él, la culpa devorándolo pero sin animarse a confesar.


Como si estuviera durmiendo

Al abrir los ojos, no había nada reconocible, nada se relacionaba con su vida o su realidad. Entonces volvió a cerrarlos, envolviéndose mejor con la mortaja que la cubría.


Menor, pobre, soltera y madre

– ¡Nació muerta, lo juro! ¿Qué esperaban que hiciera?
A vista de los policías, el pozo ciego abandonado apenas se veía entre los pastizales.


Huída

Cientos de miles de ratas huían desordenadas; las cucarachas sólo se rezagaban por su menor tamaño; los pájaros libres hacía rato se habían desbandado; los pájaros domésticos murieron estrellándose contra los barrotes de sus jaulas; los peces de pecera agonizaron por propia voluntad en sus cubículos de agua y vidrio; los gatos y perros callejeros corrían, las lenguas desesperadas colgando de sus hocicos; los gatos y perros hogareños fueron a recostarse debajo de las camas de sus amos, como último acto de fidelidad.
La ciudad de donde se escapaba dormía sin culpas.
Sin ser detectados, gracias a la novedosa y secreta tecnología de evasión, la estela de los misiles nucleares ya se veía en el firmamento…


Rara variedad

Por cuarta vez en la noche le hacía el amor al cadáver de su esposa al no soportar que después de tantos años de felicidad, sin más, hubiera fallecido en la cama junto a él… hasta que su corazón le falló, estallándole.
Al amanecer, ella logró reaccionar de la rara variedad de epilepsia que comenzaba a afectarla.

Autor: Daniel C. Montoya. Centro Cultural Aníbal Troilo.

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viernes, 17 de abril de 2009

"A mis hijos muertos y tullidos" - Agustín Caldaroni


A mis hijos muertos y tullidos

Sentir grosero el pelo encarnado de la poesía y el amor
que solo quiere hacer volar cerdos y dinamitar mariposas.
Hijitos míos no me lloren ni perdonen
si soy yo quien los ignoro y niego hermanitos.
Lo intenté, lo juro, pero no salen más que adefesios, o muertos
resultado de callejones etílicos, de la lágrima contenida.
Consejo: no hacer hijos con el pechito ahogado.
Pichoncitos de papi, preciosos hijos del despecho,
ladradores de gallinas en el crepúsculo,
carneros descarnados por la yegua mágica, la puta hermosa,
trenzadora de ámbar con la carroña. ¡Te amo volvé!
Si almitas mías, cazado con-por una zorra
traga leche marmolada de príncipes poetas
nunca vagos poetas u obreritos de historietas,
por suerte a veces aparento príncipe aunque soy obrerito vago.
Fuimos felices.
Yo: por novio soberbio, ostentoso caminante diurno del barrio,
escudo romano el pecho, mirada de pichón cubano.
Ella: porque si la razón ilustrada engendra monstruos
la miseria del barrio amores idiotas.
¡Que verano! Recuerdo como le daba pija arriba de una LC 288
-del tipo turbo jet con vapor y calor- (yo dormía en el útero de una zapatería).
Ella se hinchaba de color púrpura, para largar después
un chorro vaginal como un relámpago áureo
desde un agujerito mágico e invisible.
Yo agradecido por el milagro fisiológico-literario.
Después de visitarme tantas noches con un vinito bajo el brazo
y amarnos con el calor del sueño de las máquinas
dejó de visitarme esta ninfa culeadora de Villa Insuperable.
Y ahora los llevo huerfanitos en mi morral por el barrio,
cauteloso, como si fueran bombas de hidrógeno o el fiambre de un niño.
No es fácil ser poeta en el barrio, aunque no tanto como querría.
De vez en cuando dicen que soy un puto, o que me voy a cagar de hambre,
nada grave, antes era peligroso ser poeta, los envidio
¿Qué poeta no desea humillaciones dignas de tinta?
Vouyerista de mi propia vida para enlechar poemas que no salen,
pero no se preocupen chiquitos que tal vez de tanto recuerdo
ella me visite hoy y les de un hermanito.

Autor: Agustín Caldaroni – Talleres particulares de Fabián San Miguel.

Fotografía: Moira Perez, con "intervención en blanco y negro" de Fabián San Miguel.

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viernes, 10 de abril de 2009

"El Onirógrafo" ´El blog de Fabián San Miguel


El Onirógrafo - El Blog de Fabián San Miguel

Envia un texto, poema, fotografía o lo que quieras basado en un sueño: a elonirografo@gmail.com. Breve, por favor. El onirógrafo dará cuenta de él y como una máquina de gestar onirismos lo publicará en este blog:
http://elonirografo.blogspot.com/

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jueves, 2 de abril de 2009

"El reincidente" - Ruben Operti

El reincidente

Su esposa dijo “Gracias” con el tono suave que la caracterizara toda la vida. Otra vez había abandonado temprano la ronda de mate anticipándose a una desagradable sensación de acidez. Miró a su marido, logró advertir el rostro pensativo, las pupilas dilatadas y ese brillo tan particular en una mirada lejana, perdida. El gesto no le era extraño, miles de veces tuvo que soportarlo. Sabía inútil cualquier intento de diálogo. En silencio tomó el repasador que dormía en sus faldas y se puso de pie. Cruzó el jardín y su figura se desvaneció detrás de las cortinas plásticas que colgaban sobre la puerta de la casa. Ató el delantal a su cintura para comenzar con los quehaceres diarios que jamás se había permitido descuidar. Para ella, mantener una casa limpia y ordenada ha constituido siempre una obligación insoslayable.
Mientras tanto Anselmo, su marido, se había quedado sentado en el patio. Disfrutaba en soledad de los últimos sorbos de un mate apenas húmedo. Se regocijó una y otra vez con el sonido tan particular que provoca el aire al colarse por el interior de la bombilla. Su mirada de ausencia lo delataba. Imaginariamente había cruzado la calle polvorienta y se había instalado en el baldío de enfrente. Esos terrenos corresponden al ferrocarril y desde hace tiempo dan forma a una cancha de fútbol de dimensiones más que dignas. Como sabe ocurrir en todos los barrios, la cancha respeta el común de las características. Las líneas que delimitaban las áreas apenas se notaban. El pasto del centro era sólo una promesa. Los arcos, ahora de caños bien soldados y pintados de blanco, habían estado formados durante mucho tiempo por tirantes de madera. Recto a su vista se levantaba el arco que da al sur, llamado “arco de los milagros”. El nombre lo ganó por ser el protagonista de verdaderas hazañas de los equipos que hacían allí de locales. Se recordó joven. Vestido con la camiseta celeste y defendiendo con uñas y dientes el “honor” del barrio. Cargado en hombros más de una vez festejaba golazos increíbles que definían los partidos más peleados. Era el preciso artillero a la hora de clavar un tiro libre en el ángulo. Ovacionado, aplaudido, premiado, luego recordado y tiempo después, olvidado. Con un mueca amortiguó la estampida de una lágrima. Agachó la cabeza y se prometió pensar en otra cosa. Volvió a invadirlo un pensamiento recurrente. La idea de dedicarle, esta vez sí, mucho más tiempo a su familia, ahora formada únicamente por Amelia. Sintió una gran angustia al pensar que su hijo había nacido y crecido casi sin padre. Ahora estaba lejos, y una o dos veces al año no eran suficiente tiempo para estar con él. Consideraba que debía dedicar más tiempo a su mujer, tantas veces postergada injustamente. Tantas veces dejada de lado por los partido, reuniones en el bar, o el trabajo tiempo extra en la fábrica. Se sintió injusto y a la vez cruel.
Ayudándose con los brazos y sin soltar el termo ni el mate se inclinó hacia delante intentando reprimir un dolor punzante en las articulaciones gastadas. Con un mayor esfuerzo que el necesario en otros tiempos logró separarse del sillón de hierro. Arrastró las alpargatas acariciando las lajas del camino. Hizo a un lado las cientos de cortinitas plásticas con el codo para que ninguna pudiera arrebatarle la bombilla y derramara la yerba en el piso recién lustrado. Luego de apoyar el mate y el termo sobre la mesada se dirigió a la mesa del comedor. Apoyó los brazos sobre el respaldo de la silla que daba a la cabecera y miró hacia la habitación donde Amalia preparaba el monedero con algunas chirolas para hacer las compras del día. Con pasos lentos se fue adentrando y luego se detuvo para mirarla. Ella permanecía en el mismo lugar. Acercó su mano temblorosa para acariciarla. Pensó en él y en ella. En los años que habían estado compartiendo el mismo techo, la misma pieza, pero separados. Casi sin darse cuenta se sentía invadido por una sensación muy agradable, como quien se reencuentra con lo más querido, pero a la vez, con la culpa de haberla dejado a un lado tanto tiempo. De repente tuvo una idea, como una especie de desafío.
Sintió un poco de pudor, porque si bien es cierto que nunca había prestado demasiada atención a los comentarios que algún vecino podía llegar a hacer, esta vez se detuvo a pensar acerca del “qué dirán”. Pronto le restó importancia y decidió que debía hacerlo. La tomó entre los brazos con un gesto tierno. Aprovechó la oportunidad para filtrar alguna caricia más. La alzó con su brazo izquierdo, como lo había hecho hace tantos años. Juntos cruzaron el comedor. Corrió las cortinas de la entrada para que ninguna se atreviera a rozarla ni siquiera con el aire. Siguieron juntos el camino de lajas hasta el portón, y luego de varios piques contra la calle polvorienta, atravesaron los tres hilos de alambre.

Autor: Ruben Operti. Centro Cultural Elías Castelnuovo.

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