"Pasadas las 4 p.m." - Jorge Vázquez (artista invitado)
Perros al sol junto a un neumático de camión, una canilla gotea, ramas colgando, mucho más cielo. Destello en el encendedor, papel plata al viento, chica de vestido verde en bicicleta, moscas zumbando en el playón. Un Oldsmobile del 71 rasga la calma de la tarde a toda velocidad, los perros viejos le ladran sin moverse del lugar y son esos infames ladridos los que me devuelven aquí, de cara a trescientos kilómetros de desierto que a lo largo de los años quemaron mi vista privándome de la contemplación del mar. Miro el cartel de prohibido fumar y aguanto la respiración como si estuviera bajo el agua pero no hay agua, es cuando siento que el tiempo languidece escurriéndose como arena entre los dedos.
Lejos de aquí, en el pasado donde aún habita el pibito que ya no soy, vive el grato recuerdo de aquel día cuando el viejo me llevó a conocer el mar. La inmensidad del océano llenó mis ojos y por un momento el pecho se me estrujó y me sentí más pequeño de lo que era. Nunca voy a olvidar la majestuosa visión de los acantilados abrazando a la bahía, la quietud de sus aguas donde reposaban lanchas y veleros anclados no muy lejos de la orilla y el gustito salado del mar, y si bien después de ese día mi viejo me llevó varias veces más, escogí a aquella primera imagen como una perpetua compañía. Sentado aquí entre los surtidores de nafta admiro las líneas del Pequod encallado en el cemento y recortando su silueta contra el ardiente horizonte, mi nave, y lo vislumbro surcando el mar mientras se calcina bajo el fortísimo sol, ahí frente a mi, inmóvil y con el casco a medio calafatear, varado a un costado del playón de la estación de servicio.
Algún día el Pequod ganará los mares y surcará sus aguas con las velas henchidas de viento, mientras tanto saco fotos de este desierto para que la distancia no me haga olvidar de donde partí. Con el paso del tiempo acumulé tantas imágenes que al fin se apoderaron de las paredes de la oficina, durante meses clavé con chinches esas fotografías en los muros para darle forma a una panorámica de este desierto que se abre frente a mi y entre una foto y otra me deja ver al mar adentrándose en el continente, devorándose las tierras en una gran inundación que llega hasta mis pies. Lejos del alero del edificio que podría protegerme de este sol que incendia los pensamientos le di una última pitada al porro imaginando el día en que me reencuentre con el mar. Pasadas las 4 p.m.
Etiquetas: desierto, jorge vázquez, mar, oldsmobile, Pequod
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