"Sólo por las noches" - Alejandro Candelario
Mami saluda a Lerú, me da el beso de las buenas noches y se va. Apaga la luz porque ya soy grande, pero deja la puerta apenas abierta, por las dudas. Ahora estoy solo. Mami siempre dice que no me asuste, pero mira mucho los rincones, como cuando ve un bicho y después lo siente por todos lados.
Salen sólo por las noches; ojalá fueran bichos.
Trato de dormirme antes que mis papis; mientras estén despiertos no pasará nada. Pero hoy se acuestan temprano y yo sigo dando vueltas, escuchando mi respiración; enseguida empiezan los otros ruidos.
Me acomodo bien en el medio de la cama, lejos de los bordes, escondido bajo la sábana. Tengo la crucecita de Abu en el pecho y el oso Lerú para que me defienda. Nunca se acercan demasiado.
Mami dice que es mi imaginación, pero yo los escucho. Dice que es la madera, que la casa es vieja; pero también dice que no debo levantarme y que tengo que dormir solito. Y ella duerme con papi, y yo los escucho y no es la madera.
¿Qué es ese ruido?
Diosito, Diosito, no dejes que se acerquen y seré bueno. Que sea de día Diosito, que sea de día rápido.
El único que me cree es mi amigo Juan, y dice que soy una nena: él tenía un monstruo en el armario, y abrió la puerta y le gritó y nunca volvió. Una vez, casi bajo de la cama para prender la luz. Me destapé y me quedé arrodillado, mirando para todos lados y escuchando con atención. Bajé un pie despacito, los dedos estirados tanteando la oscuridad, tratando de llegar al piso; algo me rozó el talón y grité y grité. Esa noche mis papis cerraron mi pieza con llave, para que no me asuste, y me llevaron a dormir con ellos.
Hace un rato largo que están en silencio, esperando.
De a poco, me asomo para ver si ya se hace de día. Está muy oscuro y la única luz es la del pasillo, apenas una raya en el borde de la puerta. Me escondo otra vez, antes de que mis ojos se acostumbren a la oscuridad. Cuando lo hacen empiezo a ver cosas feas. Se mueven, se acercan, tiran de la colcha. A veces también se ríen. No quiero que me agarren.
¿Cuánto falta?
No puedo dormir y la noche es muy larga. Otra vez los ruidos. No quiero llorar porque soy grande, pero abrazo a Lerú y las lágrimas se me escapan.
Ya tiene que ser de día, no puede durar tanto.
Me vuelvo a asomar, con el corazón latiendo muy rápido. Empiezo a llorar más fuerte: sigue todo muy oscuro, pero los escucho muy cerca.
-Mamá, papá. Vengan.
En los rincones las sombras se mueven, Diosito, se están moviendo.
-¡Mamá! ¡Papá! ¡Mamá!
Escucho sus pasos en el pasillo. Ya llegan. Que sea rápido.
-¡Mamá, papá!
¿Por qué tardan tanto?
Están ahí afuera, sin entrar. Hablan en voz baja y no entiendo lo que dicen. ¿Por qué no prenden la luz? ¿Por qué no me sacan de acá?
La raya de luz se hace cada vez más fina y desaparece, ahora está más oscuro todavía; algo se ríe a mis pies. Cierran la puerta con llave. Las voces de mis papis se alejan y quedo solo, casi sin respirar. Las lágrimas se detienen, y luego caen, una tras otra.
Mi mirada, de a poco, se acostumbra a la oscuridad.
Los veo trepar a la cama.
Autor: Alejandro Candelario. Centro Cultural Aníbal Troilo.
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