"Historia real" - Mirta Cataldi
Nunca supieron mi verdadera historia. El aire estaba sofocante, todo cubierto de una espesa bruma. Muchas voces y algunos llantos contenidos. No era tiempo de mirar hacia atrás. Corrieron cuando el silbido del vapor inundó todo. Se atropellaban para no quedar abajo. Me arrastraron por la escalinata, la panza me ardía, pero de nada servía quejarse. Mi contextura no era buena. Una piel ajada, no por el paso del tiempo, sino por malos tratos, tenía que hacer lo posible para protegerse.
Ya casi todos estaban arriba. La explanada se levantó y la cantidad de gente quedó apretujada hasta convertirse en una masa amorfa. El barco zarpó y comenzó su viaje, todo se bamboleaba al unísono. Vi caras raras y voces que pronunciaban palabras desconocidas por mí. Me quedé quieta, casi sin respirar, hasta que me di cuenta, que algunos habían sido ganadores y los subían a un lugar de privilegio. A otros entre los que yo estaba, aunque no nos hicieron ninguna revisación al subir, supimos que éramos de tercera con un plato de comida al día.
A lo largo de unas semanas de viaje y ver cielo y tierra todos se sentían casi hermanos, unían sus penurias, sus esperanzas, para no morir en el intento de llegar a la anhelada Babel.
No nos tocó camarote, pero en el piso de la bodega encontré un hueco para esconderme. Casi ni me registraban, cosa que me daba calma, porque vi varias grescas que terminaron con alguno en el agua. La travesía fue dura, por momentos creí no poder resistirlo.
Hacinados, ya había perdido el aspecto y mi cuerpo se estremecía cada vez que una rata lo recorría.
Las tormentas también se empecinaban en jugar con el barco como si fuese de papel, ayudadas por el viento hasta convertir la escena en trágica.
Una mañana vi brillar el sol con más fuerza, por una hendija divisé a lo lejos una costa desdibujada, no sé hacia donde iba y esperé. Casi había pasado un mes y medio. La masa que se había fusionado, convirtiéndose en una gran familia, se reía exageradamente y sus palabras amotinadas subían de tono para pronunciar deseos, nervios y ansiedad por pisar tierra firme.
Algunos creían ver torres y sólo eran espejismos. Caían y se levantaban como moscas y enfrentaban al viento para reanimarse. Pasaron largas horas hasta pisar un suelo arenoso. Me agarraron fuerte, como para no perderme. Sentí una presión en el pecho que me dificultaba respirar.
Bajamos, allí me di cuenta que podía ser un viaje sin regreso. Ya no había sol. Comenzaban a verse algunas estrellas en un cielo inmenso, caminamos algunos hacia la derecha confundidos, hasta que alguien con una mirada más conocedora nos llevó hasta la puerta del Viejo Hotel. ¡Qué lejos estábamos!
Balcarce 1053, San Telmo, Buenos Aires, decía un cartel muy filigrabado.
Nadie hablaba. Subimos en silencio los escalones de entrada, un patio con perfume a jazmín, rodeado de habitaciones nos daba la bienvenida. Un señor con toscano en la oreja y una boina negra nos señaló una escalera caracol y la pieza número seis.
Me desplomé en el piso. Me dormí hasta que el canto de un jilguero me despertó. Tuve miedo, que iba a ser de mí ahora. Me despojaron de lo imprescindible, el resto lo retuve.
No podía hacer otra cosa más que esperar. Quizá éste no era el último destino.
Salieron temprano, cruzaron algunas palabras entre vecinos de habitación y se fueron. Esperé mucho tiempo, no volvieron por mí, y ahí envejecí, arrumbada.
No corrí la suerte de morir en la calle, porque no era mi turno, me fueron pasando de un lugar a otro, y llegué hasta estos días para convertirme en una reliquia.
El Viejo Hotel hoy es un reducto de artistas que plasman su arte en la tela y el papel.
La pieza donde duermo es un museo de antigüedades, hay gente que me visita todos los días, me abren me miran, me toquetean. Todavía están intactos mis cierres y se sorprenden con el bolsillo oculto que tengo.
Ayer dejé que viera la luz el boleto con el que nos embarcamos, está amarillo y el sello apenas legible dice mil novecientos treinta, tercera clase.
El trompo de madera y el soldadito de plomo que viajaron escondidos se van a quedar conmigo. El que nos compre nos tiene que llevar a los tres.
Autora: Mirta Cataldi. Centro Cultural Belgrano R.
Etiquetas: barco, hotel, inmigrante, mirta cataldi
2 comentarios:
me encantó!!! gracias
me parecio buenisimo..muy descriptivo y fascinante por que te lleva por todo el viaje que hizo "el protagonista"
me gusto mucho
silvina
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