martes, 6 de enero de 2009

"Entre las sombras" - Laura Kriegel



Entre las sombras

El mismo sitio, allí donde se cruzan el llanto dado a luz y el silencio hecho sombra. Una vez más ingreso por aquella puerta que miente ser la principal, traspaso el tablero de ajedrez hasta la escalera retorcida. Con lentitud subo al primer piso, bordeando el ascensor donde flotan las personas. Reconozco ese camino: un tanto a la izquierda y el pasillo que despliega puertas enfrentadas. Algunos familiares bordean cada entrada como si les perteneciera. Sus cuerpos reposan sobre los marcos en forma de hastío. Adentro, murmura el dolor.
Con prisa, la mujer celeste pasa.
Respiro hondo, avanzo hasta esa puerta. Y como tantas otras veces espero encontrar tu mirada que llora, sonríe al verme. Tus brazos extendidos saliendo a mi encuentro; el deseo de fuga.
En aquel cuarto delgadas ventanas aprisionan la luz entre persianas viejas. El calor se precipita contra el techo y los olores impregnan las sábanas almidonadas. Se quiebra el silencio con voces afónicas; las quejas que corren por los pasillos caen de golpe.
Dos camas erguidas, apenas, como si las almohadas pesaran. Entre ellas las mesitas pelean su sitio con cajones entreabiertos.
Jabones, pañales y botellas.
Un par de mástiles sostienen bolsas plásticas, mitad vacías. Sus venas incoloras se deslizan cuesta abajo; hasta entrar en tu nariz y hundirse en un brazo, desconocido.
Desde la otra cama, la anciana nos mira complacida; saluda con lástima. Intenta acompañarme para no sentirse tan sola. Parte de su pierna está descubierta sobre la almohada. La piel trigueña, las arrugas. Una herida amarillenta surge violeta.
El calor resulta irritante y las horas que esconden el sol aún no llegan.
La mujer celeste deja una bandeja y se retira. Indiferente.
Me siento en tu cama. Miro los ojos claros que intentan asomar tras los párpados. Mi rostro se humedece. Sostengo tu mano quieta y por momentos siento la vaga respuesta de los dedos. Tu lado izquierdo tiembla de vez en cuando; traspasa la pesadilla. Entreabres la boca, se ausenta alguna palabra; mi nombre.
La voz vecina me habla; la escucho y no, le respondo a medias. La garganta se anuda y los ojos lloran tu viaje incierto.
No puedo hallarte, como tantas otras veces, en ese sitio.
Advierto a la mujer celeste a mi lado, pero no te ve. Apática, desaparece.
La niña con trenzas se acuesta sobre tu vientre, su llanto te roza la piel. Se duerme, le acaricias el pelo, y tu sonrisa ilumina aquella imagen.
Pronto llegará la camioneta escolar. Los últimos días de clase, el verano. La vuelta manzana en bicicleta, la merienda a las cinco. Los lápices de colores. Tus cuentos. Algo más de tiempo juntas.
Acomodas las rubias cuerdas, prolijamente; mariposas blancas prendidas en los extremos. La niña está lista para partir. El desayuno espera sobre el mantel a cuadros. Pero el té se enfría.
Un guardapolvo queda en el respaldo de la silla.
Mis ojos se abren, los tuyos se cierran; las trenzas se desarman.
Como la primera vez, me aturden los quejidos de gente anónima; tu silencio. Confundida, me dirijo al pasillo. Aquellos rostros siguen delante de sus puertas; el mismo gesto. La misma espera adormecida.
La mujer celeste pasa corriendo, me golpea. Nos abandona.
Vuelvo a tu lado, al borde de ese sitio donde no puedo hallarte. Beso tu frente, dejo una palabra en tu oído. Sostengo las lágrimas y cruzo el umbral de aquella puerta, como una niña.
Una vez más, como tantas otras, la mujer celeste desaparece a mis espaldas y me pierdo entre las sombras.

Autora: Laura Kriegel. Talleres particulares de Fabián San Miguel.

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2 comentarios:

A las 7 de enero de 2009, 18:24 , Anonymous Anónimo ha dicho...

Hola Laura: me conmovió mucho tu relato.Refleja toda la tristeza de los pasillos de un hospital,impregnados de dolor.
Ángela

 
A las 28 de febrero de 2009, 2:53 , Blogger ... La Morocha ha dicho...

tan bueno como doloroso. me gustó mucho... pero dolió. beso

 

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