martes, 19 de enero de 2010

"Entrañas de un inmigrante con ojos" - Camilo González Ramírez


Entrañas de un inmigrante con ojos


Cansados por el sol, con sus caras llenas de sudor y sus piernas temblorosas, abren las bolsas de basura que reposan sobre una calle ancha y empedrada, separan cosas que otros, carentes de imaginación, destinan a la muerte o en el mejor de los casos a la miseria, porque no solo las personas tienen la fortuna de vivirla. A pocos pasos de distancia, no de condiciones, no de tiempo, toman cerveza fría, sentados sobre la vereda, bajo la sombra del roble, que imponente, protege su terreno de cualquier rayo de sol que intente penetrarlo.

Solo querían permear su realidad, igual que la señora recostada sobre el balcón del frente, morocha, alta y arrugada. Sólo espera el pasar del tiempo mientras acumula en su interior grandes cantidades de grasa y de rencor. Almacena en su cabeza la ilusión de algún día despertar en otro cuerpo, en otra forma, en otro mundo. Quizá en la vereda, quizá abriendo las bolsas, quizá recostada sobre las piedras, rojas, grises y negras, negras como su pelo, grises como su alma, rojas.

Roja mira mi alma, sucia de mente y de tiempo, vestida de un cuerpo joven pero cansado, sentada en el último piso de un edificio en ruinas; las mías, observándolos, analizándolos, sin la más mínima intención de remplazarlos, no me importan, sólo son importantes para mis ojos, los mismos que hoy quiero quitarme, arrancarme. Desde la raíz, la que está unida al corazón y se lo lleva. Y no sentir. Pero hoy siento.

Y dejo de mirar, intento adueñarme de la vida, de la mía, pienso, pienso y vivo, sin querer, vivo y lloro, queriendo, con ganas incesantes de ver en esas gotas de agua y sal el contenido de mi alma, y me la saquen. Y lloro. Pero siento. La mujer del frente deja de mirarme, no quiere remplazar tanta miseria.

Soy cimiento sin historia, sin memoria, recuerdos vacíos diluidos en la nada, no es la nada, es un todo extraño y sin forma, ajeno a los sueños construidos, abandonados, destruidos. Parece desaparecer el todo. Incursiono de forma intempestiva en la nada. Sin embargo, la nada implica el todo, a su lado, pues no existe la nada sin el todo. La nada en la que me sumerjo no es más que la reafirmación de su existencia, ahora en la distancia.

Y miro: mi vida cerró sus puertas, sólo la observo caminar tras la ventana, encerrado en el insignificante mundo que hay afuera, sentado sobre su resquebrajado marco azul, desde el ángulo en el que no sólo se ve caminando solitaria, sino que se sienten, con fuerza e insistencia, los cúmulos que hacen ver el cielo menos azul o menos intenso y lo pintan brevemente de blanco, o de gris, o de negro. O de lluvia, de gotitas de agua que te enfrían, que te hacen ver que el oxígeno que debería estar en tu interior está ahora sobre ti, alimentando el frío y no la sangre, mi sangre.

Sólo quedan ruinas, sólo quedo yo. Y tú, con tus ruinas, las mías, las nuestras. Nosotros, renace inquietante este concepto, con el único fin de levantarnos, de prestarnos su estructura y nuevamente ser.

Abro los ojos, los conservo, tal vez para no vaciar sus cuencas, tal vez para seguir dándole curso al desbocado caudal que yace en mi interior, en mi cuerpo, que no es la piel, no es la sal que se agota, de gotas y de sal, son las entrañas, si así se llama el lugar donde hoy te siento, el lugar que aún habitás y en el que juegan permanentemente tus cosquillas, formas intensas y reales, a veces felices, otras dolorosas, pero que siempre regalan vida a lo que tocan, a lo que normalmente no se siente, a lo que duerme abrigado por el vientre, recostado sobre los huesos de la espalda, y que sólo despierta para ser testigo de nosotros, y hablar, y sentir, a través de aquellas formas, la profundidad de un sentimiento que no ha muerto. Que me mata. Siento en mi cuerpo una extraña sensación, percibí el flujo de mi sangre, lo sentí recorrer lentamente mis arterias tras pasar por mi alma y rellenarla.

Entendí. Y dejé de entender.

Ya estaba muerto.

Y sin ojos.


Autor: Camilo González Ramírez. Centro Cultural Aníbal Troilo.

Fotografía: Fabián San Miguel.



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