sábado, 31 de enero de 2009

Fabián San Miguel - Artista plástico en Brasil

Revista "Morena" - Número 1 - Vitória, Espirito Santo, Brasil.
Collage de tapa: Fabián San Miguel.

Revista "Morena" - Número 2 - Vitória, Espirito Santo, Brasil.
Collage de tapa: Fabián San Miguel.

Etiquetas: , , , , ,

jueves, 29 de enero de 2009

"Recuerdos" (fragmento) - Juan Pablo Marinelli


Recuerdos (fragmento)

I

Me despierto, sobresaltado, al igual que en aquella mañana. Sobresaltado, por esos sueños, recurrentes, violentos; y hasta siento el humo en la boca, al igual, que en aquella mañana. Cuando escuché el relato, de Valenzuela, mi amigo, rodeado de humo; y hasta escucho los mismos ruidos, que escuché, en aquella mañana.

Me recuesto, la respiración apremiada, va cediendo: miro hacia afuera, más tranquilo; es de noche.


Cuando llegó, era de día, temprano; recuerdo su cara, cuando le abro la puerta.

Valenzuela, que sin dormir, y sobresaltado, me abraza, cuando le abro la puerta. Le digo que pase, cierro, se sienta, pausadamente, y le sirvo un trago. Se sienta, pausadamente, en un sillón del living, y empieza a llorar.

Dice que lo hizo, que lo tuvo que hacer; le digo qué.


Valenzuela, que sigue llorando, y repite que lo hizo, toma un trago, y me mira. Le prendo un cigarrillo, prendo otro para mí, y lo miro. Hacía mucho que no fumaba; y él, repite que lo hizo, que lo tuvo que hacer.

Le vuelvo a decir: qué.


Me pregunta, si recuerdo a Juan Pablo y a Mirta. Le digo que sí; dice: los mataron. ¿Cuándo?, pregunto. No sé, contesta. No están más, se los llevaron.

Es 1972, y todavía, no es costumbre.


Tuve que esperar muchas horas en un departamento, dijo esa mañana Valenzuela; tuve que esperar, enfrente, a donde él, va a almorzar los mediodías. Éramos dos, dijo Valenzuela con un vaso en la mano; éramos dos, en ese departamento, ese cuarto, esa mañana. Valenzuela se levanta, y camina, de un lado hacia otro; es temprano. Lo alquilaron, continua Valenzuela, caminando de un lado hacia otro, dos compañeros que trabajan con nosotros. Valenzuela se detiene, frente a mí, y me mira. Pasamos la noche ahí, retoma, y la mañana en ese departamento, dice, se hacía interminable. Nosotros teníamos que esperar, mientras los otros dos seguirían el trayecto del auto; en el cual, él, se dirigía junto a sus tres guardaespaldas, a almorzar. Todos los mediodías, de la oficina a ese bar. Cuando se están acercando, a la esquina, nuestros compañeros nos dan la señal: debemos bajar. Se detiene el auto, enfrente del edificio, el auto que lo lleva al bar; ya estamos en la puerta. El auto, ellos, enfrente nuestro. Ellos, que no sospechan nada. Nuestro auto, que se encuentra a la vuelta, espera para escapar.

Todavía no sospechan: su auto, ellos, enfrente nuestro.

Un guardaespaldas se baja primero, y le va a abrir al coronel; en ese momento, cruzando la calle, sacamos los fierros. Yo, y mi compañero: por Juan Pablo y por Mirta.


Son dos ráfagas precisas: cuatro muertos, dice un Valenzuela, que tuvo que disparar.

Autor: Juan Pablo Marinelli. Talleres particulares de Fabián San Miguel.
Este fragmento pertenece a la novela inédita Recuerdos.

Etiquetas: , , , ,

lunes, 26 de enero de 2009

"Cruci-ficción" - Sandra Papadópulo


Cruci-ficción

Es una cruci-ficción, una caricia en lágrima, sombras blancas, cenizas, la noche contra el piso, cierto desierto, un beso a contraluz que se estrella contra un bostezo de cemento, uno mismo que se apiada de uno mismo, y de otro que se apiada de sí mismo. La soledad es una edad que envejece aunque no pasen los años. Una caja de bombones sin tarjeta, una cama ancha, una antorcha de libertad triste con el fuego apenas encendido, la esquina vacía, el vaso lleno, un verbo anclado en la primera persona. Tantas veces la demora, o la diáspora, el entrecejo fruncido, una flor que se seca, el daño en la entrepierna. Es la víspera del tu en mí, y de él en vos, con el estupor en los labios.

Autora: Sandra Papadópulo. Centro Cultural Comunarte.
Fotografía: Fabián San Miguel.

Etiquetas: , , , ,

viernes, 23 de enero de 2009

"¿Caballan los cabalgos?" - Jorge Freiria


¿Caballan los cabalgos?

Extraño y aleccionador caso, donde una dificultad permite lograr fortuna y reconocimiento, aunque también siembra un dejo de duda.
Podría servir de ejemplo a tantos cursillos que buscan cómo hacer del defecto una virtud, modelo e imagen rediviva del legendario paradigma histórico, aquel tartamudo Demóstenes, supuesto padre de la Oratoria que, al ejercitarse hablando con piedras en la boca y gritando sus mensajes al mar, venció su discapacidad.
Pero en Matías no hubo tales ejercicios ni preocupación. Más bien buscó profundizar su inconveniente. Buen hombre, con todas las virtudes, al menos las que se esperan o se pregonan, de linda estampa, amable, cordial, conciliador si bien inconformista, tenía ese, digamos ¿defecto? de alterar las frases.
En la última Convención Bianual Rioplatense de Trastornos del Habla y Afecciones Conexas, un fonoaudiólogo del Hospital Piñero lo presentó como un cuadro nuevo, en tanto no consistía en un trastoque del orden de las sílabas -como algunos casos allí mostrados que vocalizaban “ceilo” en lugar de “cielo”-, agregando que quizás la afección de Matías estaría emparentada con aquella otra que expuso en el evento celebrado dos años atrás, un paciente que había concurrido a su consulta aduciendo que no podía decir “zapato” -mientras lo decía- y que cuando confundido lo interrogó —“Uds. lo recordarán, señor Presidente y estimados colegas”—, el hombre enunció perfectamente: “Domingo, Lunes, Martes, Miércoles, Jueves, Viernes, pero no me sale Sapato”, dando lugar a fructíferas discusiones en varios Talleres de la Convención, enfermo hoy felizmente recuperado, se cuidó en aclarar.
En cuanto a nosotros, el único antecedente de la particularidad de Matías que podríamos recordar es el de un gran maestro colombiano, autor de una extraordinaria “Serenata”, aunque no dudemos en pensar que puede haber muchos más.
Si nuestro héroe debía decir una sola palabra, no tenía problema; podemos quedarnos tranquilos, ante un incendio iba a gritar, previniendo, “Fuego, fuego”.
Pero el desparramo se hubiera producido al momento de pedir “Organ en salden”.
Podemos imaginarnos una vida objeto de mofas, padecedor de grandes dificultades en sus estudios primarios y secundarios, aun en los universitarios y cuando llevaba a cabo su especialización, ¿qué otras cosas que la Licenciatura en Letras y un post grado en Filología Sintáctica? Pero parece que su transcurrir no fue ni demasiado ni poco penoso para él, aunque en el camino de su tesis haya perdido sinnúmera cantidad de directores.
Los problemas los arrastró desde su pequeñez y se acostumbró a ellos. Hay quienes dicen que influyó su apellido —Martrónez Casti—, al presentarse en primer grado y compararse con sus compañeritos.
Casi no termina la escuela. Allí lo salvó el Director, amante del surrealismo que, contra la opinión de su entero plantel docente, el cual requería a viva voz fonoaudiólogos, foniatras, psicopedagogos, neurólogos y aun psiquiatras para Mati, encontró creativa su dicción y posteriormente la escritura y bregó, años tras año, para que aprobara.
No obstante, los convocados por sus maestros aparecieron agoreros, dejando escuchar aciagos oráculos. Por un lado quisieron ubicarlo en todo tipo de trastornos psicóticos, hablaron de anormalidades discursivas por estigmas demenciales, mencionaron autismo y escaso desarrollo de toda forma de lenguaje de matriz declarativo.
Reconozcamos que es cierto, mostraba -y muestra- una clase de dislalia disgráfica, trastornos de figuras discursivas y de producción de sentido en el campo de la verboescritura.
Otros profesionales, surgidos de no se sabe dónde, quisieron ubicarlo en todo tipo de patologías neurocerebrales, se pensó en disfunciones locutorias por lesión cerebral, se buscaron antecedentes familiares luéticos, hasta se habló de idiocia congénita, aunque no hacía más que engordar el diccionario y la gramática. Finalmente se pensó que su discurso expresaría alguna o varias, sino todas las alteraciones que puede sufrir el organismo, consecuencia de impactos y lesiones del hemisferio derecho sobre vocalizaciones y grafías.
—Atengámonos a los hechos —pontificó un gran catedrático—, en él se bloquean las fronteras discursivas, en su uso del lenguaje llega a alteraciones máximas, con un mal pronóstico que ni siquiera podemos imaginar. Sólo parece quedar el recurso a la cirugía.
Reconozcamos que es aceptado internacionalmente que una lesión en esa zona del cerebro en pacientes diestros, como lo es Matías, puede provocar alteraciones en la comunicación oral y escrita. Pero faltaban otras sintomatologías que confirmaran los graves diagnósticos, amén de que él no sufría de otra cosa ni nunca había tenido nada, ni la menor lesión en la cabeza o el cuerpo. Cuando otros jugaban fútbol, rugby u otros deportes de contacto con posibilidad de golpearse, él nadaba plácidamente o miraba a las chicas cuando se sentaba a secarse o tomar sol en la pileta cubierta.
La obstinada y decida oposición del Director lo salvó y convenció a sus padres de esperar para ver cómo se desarrollaba. Más todavía, el hombre estaba casi aterrorizado ante la posibilidad de que Matías perdiera esos dones.
—Como los niños prodigio, que al crecer se le esfuma la genialidad —repetía a todo aquel que se acercara a su dirección, mientras se regocijaba con la última creación de Mati sobre sus compañeritas, “niesas traviñas”.
— ¿La adolescencia y los estudios secundarios, se preguntarán Ustedes? Un calvario, cada una de estas cosas por separado y potenciadas al coincidir. ¿Se imaginan a un chico de 13 años diciendo en Geografía “Los Andes american Cruza de Norte a Sur” o en Literatura aquel ensayo de poesía épica que tituló “Caballan los cabalgos”? ¿Y cuándo proponía a los pocos amigos que tenía “Esta tarde cinamos al vaye”?
No se si les adelanté que le gustaban las chicas, mucho y siempre, pero cuál de ellas podía oír sin romper en carcajadas antes de salir corriendo, que él le dijera: —¿Querés conmigir solo?
El único trabajo que conservó y mantuvo ya grande, hasta alcanzar los presentes lauros académicos, fue el de repartidor. Ahí no tenía grandes dificultades, no podía “paquetear un lleve”, solo le quedaba llevar paquetes, aunque a veces confundió algunas direcciones, como cuando –aparentemente agravada su característica- quería ir a “Patrianida del Averca”.
Por suerte fue entendido, hasta polisémicamente diríamos, por María, su bonita compañera de la Facultad, cuando le dijo “Te aría, Mamo”.
Al querer entrar a la Universidad, tras un muy particular examen de ingreso, aparecieron nuevamente las posturas encontradas. En el mundo de las letras, se citaron obras y autoridades tales como “Los extrañamientos” de Peter Sloterdijk, las teorías de Adorno, Lukacs y los equívocos, “Lo obvio y lo obtuso en la Deliberación” de Roland Barthes, “La invención de lo cotidiano” de Michel de Certeau, se revivió a Jakobson, no faltó alguna invocación a Pierce ni a Tristan Todorov, como tampoco algún pésame elevado a de Saussure.
Por último se aceptó, no sin desacuerdos, que su particularidad sería muy similar al monólogo automático de los surrealistas puros, con la sola diferencia de que Martrónez Casti asume la tradición métrica, aun en prosa.
El Director de la escuela, ya jubilado, corrió esta noticia por todo el Consejo Escolar.
Entre los profesores y en los corrillos de los bares aledaños de la Facultad, se intentó aclarar diciendo que esta forma de expresarse tiene su origen más definido en el Conceptismo del Siglo XVI, de don Alonso de Ledesma o en las parodias del estilo culterano que realizaron Quevedo y Lope de Vega, en las que se alcanza a veces la ininteligibilidad o se usa el procedimiento para burlarse de retóricas clasiquinas.
Todo este barullo allanó su admisión a la Facultad de Filosofía, en la Carrera de Letras, donde es un secreto a voces que sus profesores hacían grandes esfuerzos por entenderlo, aun cuando se cuidaban de confesarlo, actualizando la historia de los burladores del rey y el paño maravilloso.
Una duda me queda y la quiero compartir con ustedes. ¿Esa dificultad para expresarse, se debía a que le resultaba imposible hablar como todos o no quería hacerlo por su inconformismo y la misma era intencional?

Rodeado de discípulos que lo acompañan y sobre todo entienden y traducen, goza hoy de reconocimiento académico. Abrió caminos que rompieron la rigidez y tiranía de la lengua, aportando varios vocablos que aceptó la Academia, como el difundido “apoltrosillonarse”.
Sin embargo, en algunos corrillos empieza a correr una murmurada pero insistente versión, que nos recuerda que proviene de los gremios medievales y de mucho más atrás, la costumbre de usar códigos y lenguajes cifrados y que no sería mera casualidad la coincidencia que habría entre una comunidad de ladrones de bancos que tras estudiar el movimiento de una agencia financiera, cambiaria y mercantil de Villa Lugano para terminar saqueándola, inició una próspera como no desenmascarada cadena delictiva.
Las víctimas y testigos declararon que en sus comunicaciones usaban un discurso, aprendido del gasé rosarino, consistente en deformar las expresiones. Quienes quieran mayores detalles, pueden consultar las crónicas de la época, otoño del 92, sobre el gran y desconcertante robo del Banco de Asturias y América del Sur en villa Lugano.
Luego se los identificó como los mismos atracadores que llevaron a cabo una seguidilla de asaltos en distintas plazas bancarias del país, aun cuando había cambiado fundamentalmente la forma de comunicarse entre ellos, ya que usaban una jerigonza aparentemente inentendible.
Se murmura, aunque los que dejan entrever esto no aportan nada para su asidero, que uno de los integrantes de esa gavilla, de alguna manera, se enteró de lo que le pasaba a Matías y llevó ante él al resto de sus compinches, quienes se quedaron asombrados al escucharlo. Entrar a pensar si los instruyó o no, incorporado como asesor no operativo de la banda, implicaría que no solo que nos dejemos llevar por el chismorrerío, sino la maledicencia. Les pido disculpas si esto suena algo fuerte, tomenlo como una opinión, personal y discutible.
Aceptemos que un primer dinero que se le vio manejar, que no podía provenir de su magro salario de repartidor, no llamó mucho la atención. Pero después vino la compra de un auto, su mudanza a un PH en Almagro, el costearse los estudios, sus frecuentes salidas a lugares caros, acompañado de hermosas muchachas.
Una oscura poesía, perdida entre sus borradores no publicados, podría ser su confesión

Padición una afezco
secrable e incureta
quiosa contagizas.
Aunezcan malaparque
pando el mura
mi putidad, sanreza
ymiencia inoci
comdaprobas.

Pero, de nuevo, siempre queda la posibilidad de que esas elucubraciones críticas hacia su persona sean solo malos pensamientos, provocados por la envidia ante su éxito.

Autor: Jorge Freiria. Centro Cultural Aníbal Troilo.

Etiquetas: , , , ,

miércoles, 21 de enero de 2009

Fotografías - Moira Pérez (artista invitada)






Fotografías de la serie: "Allí donde el mundo se detuvo".
Autora: Moira Pérez.

Etiquetas: , , , ,

lunes, 19 de enero de 2009

"El parche" - Daniel C. Montoya


El parche

Debo confesarme sorprendido. La verdad: ¡fantástico! ¡Estupendo! Es increíble que haya provocado estos efectos en mí. El parche dermatológico antidepresivo, más que revolucionario, ¡es un auténtico milagro! Es como un despertar a la vida.
–Me alegro que perciba mejoras –comentó el psiquiatra–. Pero por favor, puntualice cuáles son los beneficios que usted nota desde que se lo aplica.
Bueno… para empezar… en lo que me generaban los viajes. Eran un calvario. Con el Roca repleto hasta superar toda capacidad razonable, casi sin poder respirar, soportando los olores íntimos de los demás, el mal aliento de los que ni desayunan ni se cepillan los dientes; la falta de aire fresco porque los extractores no funcionan, lograban que, ante el mínimo roce malinterpretado o algún pisotón, comenzaran discusiones en un viaje que debía durar treinta minutos, pero que siempre son de cuarenta o cincuenta por las paradas en medio de la vía. Esta situación de todos los días, me hacía empezar con un bajón anímico, que ahora siento superado.
–Pero de esa manera ya no viaja Alfredo –señaló el doctor–. ¿Puede ser que la salida de esta circunstancia traumática para usted, le subsanara en parte sus estados depresivos?
Si, tal vez. Pero no sólo eran los viajes. Después venía lo del trabajo; con la rutina de aguantar el maltrato de mi jefe; siempre menospreciando altanero todo lo que hacía, con su soberbia agresiva orientada hacia mí. La vez que le pedí un aumento llegó a sacarme de su oficina para burlarse de la manera más socarrona e hiriente delante de todos mis compañeros; que por obsecuencia le seguían la corriente. Con esto lograban que fuera el chivo expiatorio, evitando que se la agarrara con otro. En la oficina era el blanco de burlas y bromas pesadas de mis pares; total, nadie los reprendía; al contrario, era el idiota lógico. Me destruían… El ambiente era opresivo, con dolores de cabeza, mareos y ganas de vomitar, que encerrado en el baño nunca se concretaban. Quería escapar, pero no sabía adónde ir…
–Y de la misma manera, Alfredo, usted ya no trabaja en ese lugar ni con esa gente. Entonces, ¿es el parche, o la ausencia del contexto conflictivo lo que le ayuda a superar su depresión? –propuso el psiquiatra.
El parche antidepresivo me fue recetado antes de dejar de viajar y de terminar con ese trabajo. No obstante falta lo que ocurría en casa. Yo sabía antes de casarme que Marcela no cocinaba, y la limpieza de la casa nunca fue su fuerte. Pero nunca creí que llegáramos a tanto. Mi propia casa era un auténtico caos. El dormitorio en absoluto desorden por semanas o meses, hasta que yo podía dedicarle unas horas para ordenarlo. La cocina se deshacía de mugre, con platos amontonados de comidas de delivery; la heladera hedía un vaho insoportable; el baño no se quedaba atrás, así como el resto de la casa. Lavaba y planchaba para tener algo decente con que ir a la oficina y los chicos a la escuela. ¡Un desastre! Lloraba en silencio mientras hacía estas tareas, y Marcela charlaba por teléfono con sus amigas, en una casa que se derrumbaba en una pocilga… Pero por suerte todo eso ha quedado en el pasado, en el olvido, creo que puedo decir que estoy curado.
–Sin embargo Alfredo, durante años usted soportó vivir así, en esas condiciones, con una depresión constante; medicado sí, pero sin cambios en su carácter que lo llevaran a una modificación en sus actitudes.
Sí, es cierto, fueron muchos años así.
–Fue a partir de la aplicación del parche antidepresivo que usted notó una mejoría y se produjo un notable cambio en su carácter y actitud frente los demás.
Sí, tiene razón.
–Entonces, ¿sigue sin recordar por qué le tiemblan las manos? ¿No vuelve a su memoria lo que hizo esa noche con Marcela, dos años atrás, mientras ella dormía? ¿No recuerda que por la mañana se fue a trabajar como si nada, con la cuchilla de cocina aún en su mano ensangrentada, directo a la oficina de su jefe? ¿No recuerda lo que hizo con su jefe y con sus compañeros que trataron de detenerlo?
Con toda sinceridad, no recuerdo nada… Sólo siento esa sensación de bienestar libre e independiente que me da el parche…

Autor: Daniel C. Montoya. Centro Cultural Aníbal Troilo.

Etiquetas: , , ,

miércoles, 14 de enero de 2009

"Agobio" - Gabriel Bonetto

Agobio

El calor es temible en Tucumán. Lo sufren, también, en los humildes barrios de la capital. Temible es el calor en el jardín de la República, donde duermen la siesta, por la tarde, sus habitantes. Luis, nunca puede dormir. A su esposa, le dice, que no puede pegar un ojo a la tarde, que lo atonta el fuego del sol, pero no puede dormir. Esther, su esposa, lo observa con sus ojos achinados. Esther, que es baja y gorda, le responde, más bien le recrimina: no hay leche para los chicos. Luis, que no puede pegar un ojo, y que los abre con una intensidad excesiva, dice que, con las changas no alcanza. No se puede seguir así, dice, mientras respira entrecortado, y pasa su brazo por su frente empapada. Morocho, con arrugas pronunciadas, el rostro de Luis. Continúa impávido y serio, y le dice a su mujer: tengo fiebre. Esther, que le convida mate hirviendo, observa a su marido. Hoy vino el turco, le dice.

En la fábrica se juntan veinte, treinta, cuarenta obreros. Ya habían tenido muchas reuniones en la jornada, de ocho a catorce horas la jornada de trabajo. Encontraban ahí formas para construir vínculos y camaraderías, política y cenas suntuosas desbordadas de vino. Antes, solo insultaban por lo bajo y padecían las humillaciones de los capataces que, con la metodología de la vergüenza, lanzaban provocantes: nunca están conformes estos negritos.
La efervescencia se filtraba en todo el país y, además, en una de las fábricas metalúrgicas más antiguas de Tucumán. David Grimberg toda la semana discutió, peleó, con compañeros, amigos y enemigos. Pelea contra un gremio que agacha siempre la cabeza y tiene privilegios. David Grimberg propone una reunión para discutir sueldos, y ropa nueva y cascos para la seguridad. Grave y áspera, la voz de Grimberg, cuando sube a una tarima y lanza sus discursos. Improvisados, los discursos de Grimberg, y los obreros que, ante cada pausa, lo aplauden rabiosamente. Dicta sus proclamas, mientras ahuyenta su pelo lacio, rubio, que cae sobre sus ojos celestes, y la pequeña multitud canta, que se va a acabar, la burocracia sindical.

El Negro tiene despacho. Pequeño, repleto de papeles y fotos de Perón, el despacho del Negro. Fuma unos cigarrillos largos, y despide, como siempre, el humo en forma de bocanadas. El Negro, que fuma incansablemente, recibe a los compañeros que le vienen a dar el parte de noticias. Malas noticias, le dicen: ya tienen lista y avales. Los muchachos le comentan al Negro, que las elecciones se harán pronto.

Transcurre la semana y en el sindicato continúa la agitación. Están los folletos que circulan de mano en mano, y los que fluyen demandantes por el aire. Las elecciones están próximas. Solo hay dos personas en el despacho del Negro. Un ventilador, chico, de pie, intenta calmar la agobiante temperatura. El Negro no está, me dejó todo a cargo, le aclara el Turco a Luis. Toman cerveza, helada la cerveza que sirven con urgencia. Hicieron un brindis. Que sea rápido, dice el Turco.

La botella de ginebra, casi vacía, sobre la mesa. Luis se sirve nuevamente. Lento el brazo de Luis que deposita la ginebra en un vaso pequeño. Transpira todavía más y dice, por lo bajo, que tiene fiebre. Luis, morocho y con una vieja cicatriz a centímetros del ojo izquierdo, termina la botella. Luego se pone de pie y observa con desprecio a su mujer que limpia la cocina. La toma de atrás y las manos arremeten entre las carnes fláccidas. Las fuertes manos sostienen las caderas, y los dedos enormes aprietan al cuerpo disciplinado de su esposa. Respiración agitada la de Luis, que deja caer sus pantalones y embiste sin pedir permiso. Acepta la mujer, las embestidas de su esposo. La respiración de la mujer es suave y complaciente. No piensa, la mujer, que es baja y gorda, solo cede a la borrachera de Luis que se precipita, impetuoso, sobre las carnes fláccidas. No piensa, Esther, que solo escucha el chapoteo de la pelvis contra sus nalgas. Luis la toma del pelo, como un animal salvaje, y con la mano libre apalea la carne enrojecida. Suspira fuerte, Luis, gime, y cuando su respiración parece extinguirse, dice que, a los chicos no les faltará comida.

Entre el silencio, solo se escucha el sonido del sol, que chamusca la tierra, árida, del jardín de la república.

David Grimberg toma café con leche, como todas las mañanas, en el bar de la esquina. Medialunas de grasas, le pide David al mozo. En la misma mesa está un compañero, que toma una gaseosa con hielo, y le dice, carraspeando, en voz baja, que el Negro va a hacer todo lo posible para cagarnos. El compañero hace silencio. Sabe de apretadas, David Grimberg, y además, de como funciona el sindicalismo en el país. Cada vez somos más, y será difícil que nos derroten, le dice Grimberg. Tienen miedo, no es otra cosa, entendés, le explica.

Una, dos, tres veces, suena el teléfono. Una mujer atiende. Una voz rigurosa solo dice unas precisas palabras y corta. La mujer, en ese instante, palidece, y su mano, frágil, derrumba el teléfono. Pocas frases, las que sentenció, con una seguridad implacable, una voz de hombre, que dejó a la mujer temblando. Unas horas después, la mujer, le cuenta con lágrimas en los ojos, a su esposo: decile a ese judío de mierda que no joda porque la va a pasar mal, me dijo. Así me dijo, y cortó. David Grimberg junta sus manos tapando su cara. Un eco brota y se esparce por todo el living de la casa. Que hijos de puta, exclama.

Rayos de sol, diáfanos y penetrantes, despiden humo del caucho de las avenidas recién pavimentadas.

Por qué no se vuelven a Siberia, pregunta y larga una carcajada. Estruendosa, la carcajada del Turco. Comunista y judío, que mezcla peligrosa, le dice a Luis que lo observa detrás del escritorio. Le pregunta si le vio la cara. Cómo es el rostro de un tipo que se va a morir, le pregunta. ¿Tendrá pánico, o pondrá esa cara de mártir, que ponen muchos tipos que se creen héroes? Los dos ríen, a carcajadas.

David Grimberg camina por una plaza cercana a su casa. Su mirada al frente, impasible, observa a los chicos jugando en el tobogán. Piensa en los hijos que no tiene. Piensa que todavía está a tiempo para formar una familia. Es joven David Grimberg, que observa a los chicos que tropiezan y ríen, y tantea un arma detrás del pantalón. Pequeña el arma, calibre 22, que tiene entre el pantalón y la camisa transpirada.

Insoportable el sol en Tucumán, que achicharra los campos de caña de azúcar.

Un auto, largo, negro, estaciona cerca del cordón de la vereda. El motor en marcha del auto que estaciona. Luis, paso firme y sosegado, baja con calma. Camina hacia donde está ese hombre que estuvo siguiendo toda una semana. Ese hombre que recorre las calles, como todos los días, solo, sin guardaespaldas, con el orgullo de los que no le temen al enemigo, alejando el mechón de pelo rubio que cae sobre sus ojos. Ese hombre que no llega a darse cuenta que una descarga de dos, tres o cuatro disparos se impregna en su cuerpo.

El sol ilumina la sangre que fluye urgente por el cemento. Resplandeciente, la sangre que recorre por la vereda.

Nadie escucha nada en el humilde barrio de la capital tucumana. Todos duermen siesta. Luis le dice, todos los días, a su esposa, que no puede pegar un ojo.

Autor: Gabriel bonetto. Talleres particulares de Fabián San Miguel.

Etiquetas: , , , ,

domingo, 11 de enero de 2009

"La mujer que hacía fotocopias" - Mara Gena (artista invitada)




La mujer que hacía fotocopias

Como le había dicho la mujer
que hacía fotocopias:
"Todo era cuestión de cómo se lo viera".
Por ejemplo, podía ver
que habitaba 48 metros cuadrados
en un segundo piso
por escalera o…
que vivía entre árboles
a la altura de los pájaros.
Podía cargar
generaciones llenas
de mujeres bellas
pesando sobre sus hombros.
O cerrarles los ojos en la cara
y dejarlas lejanas como deben ser.

También podría ver con sus oídos
el llanto del niño
después de la pared
y comprobar que
la paciencia había muerto
con los abuelos.
Sin querer podía encontrar
que el terror
puede tomar forma
de vecina rozagante
de muebles pulidos con recelo
de marido que fuma a sus espaldas
y cuenta a las gentes de su picardía sin sal.

Si era cuestión de ver
podría elegir no ver más
al portero de enfrente
dejar que su figura se desmadeje
en un olvido fervoroso
u optar por la visión única del Rengo
que cuando se le preguntaba:
-¿Cómo anda? Contestaba:
-Bien. Y si no
lo hacemos bien.
Y luego quemaba
desde su dentadura postiza
una sonrisa real
hasta hacerla Gloria.

Podía empezar a creer
para ver
el otro día
una historia bíblica
ocurrió ante sus ojos.
En la estación
a eso de las cuatro de la tarde,
una hora decente si las hay,
apenas un perro
con cuatro patas cortas
arrancó la carrera
en un vértice de la espiral infinita
contra él corría
el tren que aullaba
y las vías sin curva
contra él corría
la alegoría, la metáfora
la mística
contra él corrían
los hijos de la maldición
contra Goliat corría
con cuatro patas cortas
y lo vencía.

Todo eso había descubierto hablando
con la señora de las fotocopias.
Una mujer que de tanto hacer duplicados
anhelaba los originales.


Autora: Mara Gena
Collage: Fernando Rodriguez Vilela - http://www.lordgaita.com.ar/

Etiquetas: , , ,

jueves, 8 de enero de 2009

¿Mueren jóvenes los poetas?


Según un estudio, los poetas mueren jóvenes

“Podría ser porque los poetas suelen sufrir intensamente y tienen tendencias autodestructivas, pero también podría ser porque muchos poetas alcanzan la fama de jóvenes y sus muertes prematuras llaman mucho la atención”, expresó James Kaufman, del Instituto de Investigación del Aprendizaje de la Universidad Estatal de California en San Bernardino. En su investigación, publicada en la revista Death Studies, Kaufman estudió a 1.987 escritores que murieron hace varios siglos en Estados Unidos, Europa del Este, China y Turquía.

El científico clasificó a los autores como escritores de ficción, poetas, dramaturgos, ensayistas, historiadores y biógrafos. Pero no estudió las causas de su muerte.

"Entre los escritores norteamericanos, chinos y turcos, los poetas murieron mucho más jóvenes que los autores que escribían obras de ficción", escribió Kaufman en el estudio. "En toda la muestra, los poetas murieron más jóvenes que todos los escritores, tanto los de ficción como los de no ficción".

Como Kaufman estudió a algunos escritores que vivieron hace cientos de años, es posible comparar la edad promedio a la que murieron con la de la población general. "Como promedio, los poetas vivieron 62 años, los dramaturgos 63, los novelistas 66 y los escritores de obras que no son de ficción vivieron 68 años", dijo Kaufman en una entrevista por correo electrónico.
Kaufman también estudió la incidencia de enfermedades mentales entre los poetas. "Lo que encontré fue muy consistente con los hallazgos de muerte. Las poetas tenían más tendencia a las enfermedades mentales que cualquier otro tipo de escritor”, informó.

Nota recogida (hace años) de una agencia de noticias.

miércoles, 7 de enero de 2009

"La mujer que se tiñó el pelo de rojo" - Ángela Rossi


La mujer que se tiñó el pelo de rojo

El sonido del despertador la sacó de su sueño pesado. Prendió la luz del velador y se bajó de la cama. Hacía frío; se puso un pulóver viejo sobre el camisón y salió del cuarto.
Como una autómata se lavó los dientes sin mirarse en el espejo y volvió al dormitorio para llamar a su marido: ya se estaba vistiendo.
En la cocina preparó el desayuno para ambos, fue hasta el pasillo, recogió el diario y lo dejó al lado de la taza de café de su esposo.
Él entró ya cambiado, se sentó, untó una tostada con mermelada y abrió el diario.
Ella tomó un sorbo de café y prendió el primer cigarrillo del día y se quedó así, sentada y fumando mientras tomaba su café en silencio.
El hombre se levantó y prendió la radio. Eran las ocho de la mañana y hacía mucho frío, informaba el locutor y la mujer pensó que esas dos cosas ya las sabía.
Ya con el saco puesto y mientras se iba poniendo el sobretodo le dio un beso y se marchó.
Ella quedó sola; con desgano se levantó, apagó la radio, se sirvió otra taza de café y prendió otro cigarrillo. Pensativa comenzó la rutina diaria: bañarse, hacer las compras, limpiar la casa.
Desde hacia algún tiempo había comenzado a hacerse preguntas, para las que no encontraba respuesta. Fue al dormitorio y se miró con detenimiento en el espejo: vio que era una mujer atractiva, aun vestida con un jean y un buzo gastado. Se acercó y escrutó las pequeñas arrugas que se le estaban formando a los costados de los ojos, grandes y oscuros, que contrastaban con su melena castaño claro.
Decidió que era una mujer todavía deseable y una vez mas se preguntó por qué sentía que su marido la consideraba como la heladera o el lavarropas, algo útil y necesario, pero en lo que no se reparaba, algo que estaba ahí, algo a lo que uno estaba acostumbrado y que se hacía invisible
—¿Por qué todo tiene que ser así, por qué no puede ser todo diferente? —se preguntó.

Esa tarde se encontró con una amiga y trató de contarle lo que le estaba pasando, la respuesta no se hizo esperar:
—Mirá, lo que pasa es que vos estás medio depre por el tema ese de la menopausia, se te revuelven todas las hormonas y ves las cosas negras; pero estoy segura de que tu marido te quiere, te trata bien, no te hace faltar nada, no te quejés que hay otras a las que les toca cada uno, que bueno, para qué hablar...

Volvió temprano y llena de culpa. Preparó la cena y se sentó a mirar la telenovela.
Cuando sintió que su marido habría la puerta, se levantó y fue a preparar la mesa para la cena.
Él la saludó con un beso y fue a cambiarse. Ya en pijama y pantuflas se sentó a comer. Mientras comían él le contó algo que había pasado en el trabajo: ella puso su expresión de “te escucho con total atención”, mientras volvía a pensar en el lavarropas y la heladera.
—Está muy rico esto —comentó el marido, mientras terminaba su porción de pastel de carne, (siempre le elogiaba la comida).
Miró la hora y se levantó rápido.
—¡Ya empieza el partido! —exclamó mientras prendía el televisor del living.
—Te dije: ya empezó.

Ella se quedó un rato más sentada en la cocina vacía. Después se levantó, lavó los platos y, tomando la bolsa del tejido, fue y se sentó junto al hombre, que miraba absorto el juego.
Mientras tejía se preguntaba otra vez en silencio ¿por qué todo tiene que ser así?

El despertador sonó y la sacó de su sueño pesado. Se levantó, pensó hace frío y todo comenzó igual que el resto de los días.
Pero ese día, mientras tomaba la segunda taza de café y fumaba un cigarrillo decidió que tenía que hacer algo para saber si realmente se había vuelto invisible para su marido.
Esa sensación de invisibilidad la había acompañado durante parte de su niñez y recordó algo que sucedió cuando ella tenía doce años.
Una tarde -era verano- se sentía muy triste y se había encerrado en el baño a llorar.
Se miró al espejo y vio sus ojos enrojecidos y sus largos cabellos claros todos revueltos. Nunca supo por qué tomó una tijera que había en el botiquín y comenzó a cortarse, mechón por mechón, todo su cabello, hasta quedar con la cabeza casi rapada. Después se lavó la cara con agua fría y salió del baño. Expectante fue hacia donde su madre estaba sentada leyendo una revista, ella apenas la miro y le dijo ¿te cortaste el pelo? Te queda bien. Deseo caerse muerta allí mismo.

Ese suceso tanto tiempo olvidado volvió a dolerle como ese día.
Se vistió, se puso una campera, tomó su bolso y se fue. Iba a hacer algo para comprobar si su marido la veía o no. Cuando regresó su melena clara se había transformado en una cabeza de cabellos cortísimos y de un rojo violento.
El día transcurrió lento, interminable.
Cuando finalizó de preparar la cena, fue al cuarto y se quitó el buzo que usaba en la casa y se puso un pulóver negro de lana muy suave.
Puso la mesa y esperó.
Como todos los días él entró, le dio un rápido beso en la mejilla y se fue a cambiar.
Se sentaron a comer, él habló algo de la oficina.
—Está muy rico esto —dijo mientras se iba para el living y desde allí le decía en voz alta:
—Apurate que ya empieza la película de Bruce Willlis.
Las lágrimas rodaban silenciosas por sus mejillas, mientras lavaba los platos y seguía limpiando lo ya limpio hasta que no tuvo más excusas para tomar el tejido e ir a sentarse frente al televisor.

El despertador la sacó de su sueño pesado. Se levantó. Hacía frío. Tomó el pulóver para ponérselo y se quedó quieta, pensando; lo dejó caer al suelo y despacio, muy despacio, se metió de nuevo en la cama y se cubrió con las mantas, acurrucada, inmóvil, esperando.
Los minutos pasaron lentos, muy lentos y ella sentía que se encogía, abrazada a la almohada.
Después de un largo tiempo sintió que su marido se movía a su lado, que prendía la luz y se estiraba sobre su cuerpo para ver la hora. Escuchó una maldición y su marido que dejaba de prisa la cama y se precipitaba en el baño, mientras le decía:
—¡Nos quedamos dormidos, prepárame un café, rápido, que no llego!
Ella cerró los ojos y no se movió. Un fuerte impulso le decía que tenía que correr a prepararle el café a su marido, que sino se iba a enojar y… ¿y qué? se preguntó; acomodó el acolchado azul y cerró los ojos.
Cuando su marido salió del baño, se detuvo sorprendido al verla aun acostada
—¿No me oíste? ¡Nos quedamos dormidos! —le dijo acercándose a la cama. Ella permaneció inmóvil. Él se quedó parado, indeciso, y por fin se acercó a la cama y le pregunto:
—¿Te sentís mal?
Ella se quedó callada, con los ojos cerrados.
—¿Qué te pasa? —insistió: no podía creerlo, después de tantos años de casados era la primera vez que ella no se levantaba a prepararle el desayuno.
—¿Qué tenés?
Para terminar con esa situación absurda, ella abrió los ojos, lo miró y con voz cansada le dijo
—Nada, sólo tengo ganas de quedarme un rato más en la cama —y su voz fue solo un susurro quedo.
Mientras hablaba, su cuerpo se hundía con fuerza en el colchón, tratando de desaparecer.
—A vos te pasa algo. Ahora no tengo tiempo, pero esta noche me vas a explicar…
Su marido tomó el saco y salió de la habitación. Ella escuchó como cerraba la puerta con un golpe.
Se quedó largo tiempo inmóvil, aferrada a la almohada. Después se sentó y abrazándose las rodillas se quedó pensando ¿de qué tengo miedo?... No va a pasar nada, se dijo.
Se levantó, se duchó, se puso un pantalón y una remera, se acercó al espejo y contempló su imagen largo rato. Sonrío satisfecha, contenta con su pelo corto y rojo.
Después, fue al living, buscó un CD de salsa, lo puso en el equipo y mientras la música comenzaba a sonar, empezó con las tareas de la casa.
Por primera vez en su vida creyó que ahora todo sería distinto.
Se detuvo un momento, escuchando la voz que le decía que sólo había ganado una pequeña batalla; sonrío y siguió con sus tareas segura de que las siguientes batallas también las ganaría ella.

Autora: Ángela Rossi. Centro Cultural Elías Castelnuovo.

Etiquetas: , , , ,

martes, 6 de enero de 2009

"Entre las sombras" - Laura Kriegel



Entre las sombras

El mismo sitio, allí donde se cruzan el llanto dado a luz y el silencio hecho sombra. Una vez más ingreso por aquella puerta que miente ser la principal, traspaso el tablero de ajedrez hasta la escalera retorcida. Con lentitud subo al primer piso, bordeando el ascensor donde flotan las personas. Reconozco ese camino: un tanto a la izquierda y el pasillo que despliega puertas enfrentadas. Algunos familiares bordean cada entrada como si les perteneciera. Sus cuerpos reposan sobre los marcos en forma de hastío. Adentro, murmura el dolor.
Con prisa, la mujer celeste pasa.
Respiro hondo, avanzo hasta esa puerta. Y como tantas otras veces espero encontrar tu mirada que llora, sonríe al verme. Tus brazos extendidos saliendo a mi encuentro; el deseo de fuga.
En aquel cuarto delgadas ventanas aprisionan la luz entre persianas viejas. El calor se precipita contra el techo y los olores impregnan las sábanas almidonadas. Se quiebra el silencio con voces afónicas; las quejas que corren por los pasillos caen de golpe.
Dos camas erguidas, apenas, como si las almohadas pesaran. Entre ellas las mesitas pelean su sitio con cajones entreabiertos.
Jabones, pañales y botellas.
Un par de mástiles sostienen bolsas plásticas, mitad vacías. Sus venas incoloras se deslizan cuesta abajo; hasta entrar en tu nariz y hundirse en un brazo, desconocido.
Desde la otra cama, la anciana nos mira complacida; saluda con lástima. Intenta acompañarme para no sentirse tan sola. Parte de su pierna está descubierta sobre la almohada. La piel trigueña, las arrugas. Una herida amarillenta surge violeta.
El calor resulta irritante y las horas que esconden el sol aún no llegan.
La mujer celeste deja una bandeja y se retira. Indiferente.
Me siento en tu cama. Miro los ojos claros que intentan asomar tras los párpados. Mi rostro se humedece. Sostengo tu mano quieta y por momentos siento la vaga respuesta de los dedos. Tu lado izquierdo tiembla de vez en cuando; traspasa la pesadilla. Entreabres la boca, se ausenta alguna palabra; mi nombre.
La voz vecina me habla; la escucho y no, le respondo a medias. La garganta se anuda y los ojos lloran tu viaje incierto.
No puedo hallarte, como tantas otras veces, en ese sitio.
Advierto a la mujer celeste a mi lado, pero no te ve. Apática, desaparece.
La niña con trenzas se acuesta sobre tu vientre, su llanto te roza la piel. Se duerme, le acaricias el pelo, y tu sonrisa ilumina aquella imagen.
Pronto llegará la camioneta escolar. Los últimos días de clase, el verano. La vuelta manzana en bicicleta, la merienda a las cinco. Los lápices de colores. Tus cuentos. Algo más de tiempo juntas.
Acomodas las rubias cuerdas, prolijamente; mariposas blancas prendidas en los extremos. La niña está lista para partir. El desayuno espera sobre el mantel a cuadros. Pero el té se enfría.
Un guardapolvo queda en el respaldo de la silla.
Mis ojos se abren, los tuyos se cierran; las trenzas se desarman.
Como la primera vez, me aturden los quejidos de gente anónima; tu silencio. Confundida, me dirijo al pasillo. Aquellos rostros siguen delante de sus puertas; el mismo gesto. La misma espera adormecida.
La mujer celeste pasa corriendo, me golpea. Nos abandona.
Vuelvo a tu lado, al borde de ese sitio donde no puedo hallarte. Beso tu frente, dejo una palabra en tu oído. Sostengo las lágrimas y cruzo el umbral de aquella puerta, como una niña.
Una vez más, como tantas otras, la mujer celeste desaparece a mis espaldas y me pierdo entre las sombras.

Autora: Laura Kriegel. Talleres particulares de Fabián San Miguel.

Etiquetas: , , ,

domingo, 4 de enero de 2009

"El duelo" - Ruben Operti




El duelo

Y ahí estábamos, enfrentados a escasos diez o doce metros, mirándonos a los ojos. Confiando en la certeza de un disparo. Parecía increíble haber llegado a esta instancia. Dos hombres dispuestos a eliminarse, como única forma de drenar tanta bronca, y tanto odio acumulado.
Ya eran las cinco de la tarde. El lugar, un descampado detrás del cementerio, muy poco frecuentado; casi inaccesible gracias a una hilera de matorrales densos que lo rodeaba. Con un piso de tierra duro y desparejo, donde la vegetación se negaba a crecer en medio de un pedregal mezclado con escombros.
Hoy parece una ironía que todo haya comenzado con un simple partido entre dos barrios vecinos y un empate en cero que parecía inamovible. Luego él, desbordando por la derecha y recibiendo un pase de ensueño. La entrada al área y yo, como última posibilidad para tapar un gol seguro, que si al menos hubiese intuido lo que vendría, seguramente lo habría dejado pasar. Pero no. Me arrastré por el suelo, como ahora arrastro los pies, y lo llevé por delante. Inmediatamente sobrevino el grito de “penal” de ellos, la respuesta de mis compañeros intentando justificar lo injustificable, alegando casualidad a lo que yo mismo sabía una clara falta. Luego surgieron los empujones, los golpes y los insultos que fueron incrementando su agresividad muy rápidamente. Hasta que llegaron los que más duelen, los que no se le permiten a nadie. Los que tocan lo más sagrado. Por último: llegaron las amenazas, cada vez más creíbles.
Una mueca del destino terminó enfrentándonos a quienes habíamos iniciado esta cadena de hechos violentos. Dos embajadores casuales de dos bandos que comenzaban a declararse enemigos. Y cuando estábamos cara a cara, a escasos centímetros, atenazados por nuestros compañeros para no despedazarnos con las manos, fue cuando lanzó su rugido más temible: “Esto lo vamos a arreglar vos y yo solos. Con mis reglas”. Mentí un gesto desafiante accediendo a un reto que, en mis cabales, jamás hubiese aceptado. Luego el silencio. Un aciago silencio que me enfrío la sangre. Como si todos se hubiesen dado cuenta de que se había llegado demasiado lejos. Ellos juntaron sus pertenencias y se perdieron detrás del cañaveral cercano a uno de los arcos. Mis compañeros me miraron con piedad. Con sorpresa me enteré esa misma tarde de la historia siniestra que sentenciaba mi destino. Comenzaron diciendo, casi al pasar, que ese engendro había estado preso dos veces. Una por robar un almacén y herir al dueño con un tiro en la rodilla. Y la segunda, como si aquello hubiese sido poca cosa, por apuñalar a un pobre fulano que lo había encerrado con el auto. Creo que por piedad evitaron darme detalles acerca de esos hechos.
Al poco tiempo comenzaron a llegar a casa sus llamadas cargadas de agresividad. Mensajes amenazantes que quedaban grabados en la cinta de un contestador que se animaba a responder por mí. Luego, encuentros no tan casuales camino al trabajo, o al bar.
Como un intento de reconciliación, el destino me propuso continuar los estudios en Rosario. Al poco tiempo, la posibilidad laboral en Montevideo, después el traslado a Concordia y en algunos años, el retorno a Buenos Aires con francas esperanzas de que el olvido hubiera aliviado el alma de ese monstruo. Pero una noche me lo encontré. Fue en el baño de un boliche. Sentí que alguien me tocó el hombro y cerca del oído me dijo con vos ronca “Vos y yo tenemos un asunto pendiente”. Puso el lugar y la hora. Dio media vuelta y detuvo su paso alterado por el alcohol para completar “Vení solo y sin trampas. Y si llegás a faltar te juro que te busco y te amasijo”.
Los días que siguieron pasaron volando, dejándome aquí, en este campo, donde ahora estamos contando pasos, yo con ojos húmedos y dientes apretados e improvisando una plegaria mientras le doy la espalda. Un viento helado comienza a desatarse desde las nubes. Las manos me transpiran y no es a causa de los guantes. Froto unos contra otros los dedos abarrotados de miedo. La suerte está por tirar su última moneda. ¡A qué hemos llegado!, la precisión de un disparo sentenciando un juicio.
Intento una mirada, mezcla rara de desafío que logre amedrentarlo y súplica por misericordia. Entonces él, con la frialdad de los despiadados, con el mismo veneno de aquel día ahogando su sangre, avanzó y pateó justo hacia mis manos.

Autor: Ruben Operti. Centro Cultural Elías Castelnuovo.

Etiquetas: ,

sábado, 3 de enero de 2009

Burroughs adding machine. Fabián San Miguel


Burroughs adding machine
(Un breve film)

Supongamos que la imagen de aquellas flores es reconocida en tu cabeza por la palabra flores, justo hace tanto y tanto tiempo, bajo blancos calientes cielos. El corte es profundo. Sólo te lo puedo decir una vez: todo es igual a retroceder por un pasillo apenas iluminado, luz de gas diseminada, unas manchas blancas aquí y allá, fotos en las paredes recorriendo el camino exacto hasta tu infancia. Allí, justo en el medio, la gran manzana loca sonríe. Estás de pie, la aguja indicó “aquí” y el grito salvaje lanzó una mirada alrededor.
Hace falta un método Sr. Gysin, escuche ahora con atención: “me veo forzado a la deprimente conclusión de que nunca me habría hecho escritor de no ser por la muerte, y me doy cuenta de la importancia que este hecho tiene en la motivación y en la formulación de mi escritura. Vivo con la amenaza constante de escapar de la posesión, del control. Así, la muerte de Joan me puso en contacto con el invasor, el Espíritu Feo, y me condujo a una lucha, en la que la única opción que tengo es escribir mi huida”.
Debemos decir que los ventiladores están allí todavía, girando en el techo, por alguna razón la raza blanca degenera.
Mirá esto. Es mi favorita, una Charter Arms Undervocer calibre 38. A veces tomo una página, la fragmento y consigo una idea totalmente nueva para una narración lineal, prescindiendo del material fragmentado, o puede que sólo aproveche unas pocas frases.
Es capaz de entenderme Sr. Gysin, “escribiré lo que quiera”.
Manchas como copos en la película biológica, cualquiera que pueda levantar un sartén posee la muerte: un testigo. Nadie más que yo corriendo desesperado entre imágenes, un salpullido simiesco sobre el pecho, los pezones ardidos. El ano se inflama en el trayecto, gotea una sustancia viscosa e inútil: fotogramas como un mazo de cartas. “Recordar un período de adicción fuerte es como escuchar una grabación de acontecimientos vividos sólo por el cerebro anterior”.
En otras palabras: la memoria es la estructura profunda de la frecuencia silenciosa de la droga, masa escrita. Apomorfina.
Conecté el radiador eléctrico y saqué el magnetófono del maletín. Es un magnetófono muy especial, diseñado y construido por mi ayudante Kiki, lo que no registra no existe en realidad. También está diseñado para hacer mezclas, montajes y cut-ups, y además se puede pasar de grabación a reproducción sin tener que pararlo. Tiene un defecto: la cinta una vez realizada sólo puede ser descifrada en el “Mercado Bebé-Semilla donde se encuentran los sexos para intercambiar ese bien básico llamado propiedad”. Ya sabés, el peor virus es el lenguaje.
Especialistas en cáncer admiten que el espacio está incubando tumores. Eso es: todas las razas han sido fuertemente condicionadas por su estancia en las cavernas. Pudiera ser que hubiesen contraído un virus que ha hecho de la especie humana lo que es: una verdadera amenaza para la vida en el planeta.
“La palabra es un organismo”.
Y no importa la diferencia, no importa si un virus puede estar en el exterior, viene del exterior, pero no hace daño a nadie en tanto no pase al interior. Su origen está en algún punto exterior, pero una vez en el interior es bien seguro que está adentro...
La boca tiembla, el estreñimiento es un fantasma imperfecto. Regresan las manchas de luz sobre las paredes. Escribís errático:
—Dr. Benway, ¿tiene una habitación individual?
—¿Dónde has estado?
—En el extranjero.
—Es que no puedes quedarte aquí, el ser humano “ha sido sometido a unas estructuras lingüísticas que definen la realidad y terminan por remodelarla en función del discurso y ya no de la realidad misma”
—¿Y para eso pagamos los impuestos?
Ecos de la nada, Blade Runners asesinos que replican en un susurro “llegó el viernes”. Más atrás la película biológica te lleva al campus universitario donde un coro de bulliciosos entrenadores de fútbol homosexual cantan:

“En el dulce adiós
un viejo junky vende postales de navidad en la calle
[soleada
y vos Joven Muerte, que sos silenciosa
¿ves la vida ?”.

Y al final, mientras pasan los créditos, Annie Laurie garabatea en el aire un códice azteca con su porra:
Aquí yace William Seward Burroughs, [1914-1997].

(Un último flashback muestra a Bill colgado de la droga, Kiki prepara las inyecciones. En la escena posterior Bill se despierta descolgado de la droga).
Kiki señala la ventana:
—Echa una ojeada, viejo Bill. (Hace mucho tiempo que no ves el cielo).


REFERENCIAS

-Textos fragmentados, reformulados, plagiados de
WHITE SUBWAY
BLADE RUNNER (A FILM)
CITIES OF THE RED NIGHT
todos de W. Burroughs

WILLIAMS S. BURROUGHS. LA VIDA Y OBRA
de Philippe Mikriammos.

Y los siguientes textos periodísticos
WILLIAM BURROUGHS Y LOS BEAT EN TÁNGER
de Ian Finlayson. En Debats.
Reportaje realizado por Duncan Fallowell
en LAS GRANDES ENTREVISTAS DE LA HISTORIA.
El país-Aguilar.

Autor: Fabián San Miguel.
Texto realizado con la técnica del cut-up, en conmemoración de la muerte de William W. Burroughs (2007).

Etiquetas: , ,